¿Una cabezadita?
Hay ciertas acciones que realizamos cotidianamente y que hasta ahora considerábamos totalmente normales.
Dormir 8 horas, levantarse, ducharse, desayunar, lavarse los dientes, poner rumbo al trabajo… ¿Hay algo malo en todo esto? Pues parece que sí. Y no es por la sana costumbre de lavarse los dientes, ni por las legañas que aparecen en las comisuras de los párpados cada mañana. El problema son las 8 horas de sueño.
Según asegura Stephanie Hegarty en una de sus colaboraciones con la BBC, cada día aparecen más evidencias científicas e históricas que podrían echar abajo la creencia de que dormir 8 horas diarias es una opción saludable.
De hecho, el historiador Roger Ekirch, quien ha estado durante 16 años analizando las prácticas noctámbulas de varias sociedades, descubrió que durante siglos la humanidad acostumbraba durmió de una manera totalmente diferente a como lo hacemos hoy en día. Esto es: dormir dos horas después del atardecer, más tarde una o dos horas de vigilia y, para finalizar, otro lapso de sueño.
Con el tiempo se ha ido perdiendo poco a poco esta costumbre, y ya entrados en el siglo XX ha cambiado totalmente debido, entre otras cosas, a las mejoras en el alumbrado público, la proliferación de las cafeterías 24 horas… Además, la asociación que antiguamente se hacía de la noche con la maldad se ha transformado completamente.
Con estos cambios, nos hemos acostumbrado a realizar un único descanso lo que, según el psicólogo Gregg Jacobs tiene sus consecuencias: “no es una coincidencia que, en la vida moderna, el número de personas que padecen ansiedad, estrés, depresión, alcoholismo y abuso de drogas haya aumentado.” Esto contrasta con la regulación del estrés que realizaba la gente de forma natural cuando dormía, se despertaba y volvía a dormir, generando distintas etapas de descanso a lo largo del día.
Quizá a raíz de descubrimientos como estos empecemos a cuestionar algunos hábitos que hasta hoy nos parecían totalmente justificados.