Rompiendo mitos: el mal aliento
Dani pone un pie en el frío suelo. Son las 8 de la mañana y se dispone, como todos los días de lunes a viernes, a prepararse para otro día intenso en el trabajo.
Huele a tostadas recién hechas. Mientras camina por el pasillo, las papilas gustativas de Dani le piden un zumo de naranja natural, de esas que exprime María cada mañana.
Entra en la cocina, se acerca a ella para darle un beso de buenos días y sentarse a disfrutar del desayuno. En ese momento llega a las fosas nasales de su mujer un cierto olor agrio. Ésta le espeta un “vaya, otra noche que no te has lavado los dientes, ¿verdad?”.
Dani agacha la cabeza y, poco convencido, le responde a su mujer “te juro que me los lavé, lo que pasa es que no estoy muy bien del estómago, lo tengo como revuelto, no sé si será por el estrés de estas últimas semanas…”.
María esboza una media sonrisa, mueve suavemente la cabeza de lado a lado y zanja la conversación con un “podría ser, pero me da que me deberías pedir cita con el dentista”. Y es que muy pocas veces el mal aliento proviene de los problemas de estómago. Es más, cerca del 90% de los casos el problema está en la boca.
Además de las revisiones periódicas del dentista, unos buenos hábitos de higiene bucal pueden ayudar a prevenir la halitosis o mal aliento. Por ello, es necesario seguir cada día unas medidas de higiene adecuadas que incluyan no sólo el cepillado dental, sino también una limpieza interdental mediante cinta o seda dental, cepillos interproximales o irrigadores bucales y, además, sin olvidar la limpieza de la lengua mediante un limpiador lingual.