En verano, de negro
Llega la temporada de verano y con ella los nuevos colores que se llevarán durante este periodo. Los escaparates se llenan de maniquíes con un aspecto prácticamente idéntico y por la calle, con el ir y venir de gente, parece que estos muñecos han tomado vida y uno tras otro van desfilando incesantemente (gente con la misma ropa, los mismos peinados, los mismos complementos…).
Pero es una época peculiar, ya que sea cual sea el color que se lleve, todas las prendas blancas (o cuanto más claras mejor) comienzan a abandonar las estanterías de los armarios para ser lucidas bajo un sol radiante acompañadas de grandes gafas con lentes que protegen de los rayos ultravioleta, mientras que todas aquellas prendas dominadas por el color negro pasan a quedar en un segundo plano. Sin embargo, y en contra de lo que la inmensa mayoría pensamos, esta no es la mejor opción.
Si bien es cierto que el blanco es la combinación de toda luz visible y que, en consecuencia, refleja las ondas luminosas provenientes del sol, es igual de cierto que este efecto se produce de la misma manera sobre nuestro cuerpo. Esto quiere decir que, como mamíferos, nuestro cuerpo emite calor y al vestir ropa blanca, toda esta energía vuelve hacia su fuente de origen (nuestro cuerpo). Es decir, para cualquier persona, una prenda blanca en verano sería algo así como un horno.
De esta forma, parece lógico vestir de negro cuanto mayor sea la temperatura que tengamos que soportar, ya que este color absorbe la energía y la irradia hacia los alrededores.