Higiene bucal que adelgaza
Mucho se ha hablado de los beneficios de una buena higiene bucal: guerra a la caries, la placa y la halitosis, reducción de las enfermedades bucodentales… y un amplio etcétera en el que no me siento experta ni capaz de abundar. Pero nadie comenta algo importante y es que lavarse los dientes adelgaza. Tan cierto como que hay sol. No por la cantidad de calorías que quemamos en la fricción y movimiento del cepillo de dientes, ora arriba, ora abajo, ora muelas, ora lengua, ora gárgaras, ora ggggrrr, enjuagar. No. Quizá si lo haces subida a una bicicleta recorriendo la sierra de Guadarrama el gasto calórico pueda ser algo mayor, pero no creo que esto aplique al común de los mortales.
Lavarse los dientes adelgaza porque marca un claro hito en tu ritmo vital diario. Si te lavas los dientes es porque has dejado de comer. Y esto para una madre que sueña con recuperar el peso pre-hijos tiene un gran valor sustancial.
Porque con hijos en casa lo de mantenerte en tu peso da risas de las que te tronchan, si tenemos en cuenta que escondemos por armarios y alacenas los más malévolos festines calóricos. Chocolatinas, patatitas, fritos colesterolosos… cualquier chuchería infantil es buena para aplacar nuestro fervor goloso. Los hábitos alimenticios de una madre también cambian y eso en poco ayuda. Antes podías cenar sin remordimiento media chirimoya y mantenerte a salvo hasta el nuevo día y ahora organizas cada noche en casa un desfile de alimentos en vasijas de barro semejante a un festín vikingo. Carne asada, empanados, fritos, rehogados… nada es suficiente para un buen menú infantil que haga que a tus crías no se le palpen las costillas cuando los vaya a abrazar la abuela. Primer plato, segundo plato y postre. Por norma. Y tú comiéndote todo lo que ellos dejan en el plato, por no tirarlo. Tras la cena aparece la culpabilidad y notas cómo crece la lorza. Y es ahí, a la hora de crecerte ufana y hacerle un corte de mangas al postre, cuando debemos echar mano del Espíritu del Frescor Bucal.
Si corres a lavarte los dientes tras la ingesta de alimento, justo cuando tu sistema pocosimpático tira de ti entre gritos descarnados que repiten… panceeeeta, saalchiiichooón… si ahí tienes la suficiente fuerza de voluntad para parar y enjuagarte, tienes media batalla ganada. Porque a ver quién es la guapa que picotea unas fresas con nata, con la boca oliendo a mentol. Lagrimones se te caerán también como oses mezclarlo con cítricos. Es todo un ejercicio de conductismo cruel, como el experimento aquel donde aplicaban descargas eléctricas a un mono cuando intentaba trepar al árbol para asir un plátano. Bueno, casi.
Pura psicología, vamos.