Los dientes de Waterloo
Cuando el 18 de junio de 1815 las tropas francesas comandadas por Napoleón se disponían a combatir, durante 4 días, contra los ejércitos de Prusia, Inglaterra y Holanda, no sabían que su bien más preciado no eran sus armas o demás objetos de valor, sino sus dientes.
La demanda de dientes se había disparado entre los ricos, ávidos de dientes sanos y dispuestos a pagar grandes sumas de dinero por ellos. Y por eso, una vez perdida la batalla, por los campos de maíz y entre los soldados caídos, se movían los soldados del bando ganador, rebuscando en las bocas de los vencidos incisivos en buen estado. Estos pasaron a comercializarse como Dientes de Waterloo.
De hecho, eran muchos los que, teniendo dentaduras sanas, vendían sus piezas dentales para llevarse un buen dinero. Pero claro, con los muertos el negocio era redondo: dientes a coste 0. El problema era su escasez.
Después de tal masacre, en la que cayeron alrededor de 50.000 soldados franceses, los dentistas, tanto los europeos como los americanos, tenían una gran cantidad de dientes para ofrecer a sus clientes.
Tal fue el alcance histórico de la batalla en cuestión que, medio siglo después, tras las guerras de Crimea y la Guerra de Secesión americana, los dientes que aparecían en los catálogos dentales seguían recibiendo el nombre de Dientes de Waterloo.