Salud y besos
36 músculos. Ni uno más ni uno menos eran los que movía Noelia para calmar el dolor de la pequeña Lidia cada vez que se caía al suelo, se daba un golpe o se rozaba su fina piel. Y a Lidia se le aceleraba el corazón, pero no porque el dolor persistiera, sino porque sabía que estaba recibiendo todo el cariño que su madre podía darle.
Para Lidia, su madre era la mejor doctora del mundo mundial. Y ni siquiera necesitaba agua oxigenada, ni yodo, ni tiritas. Un beso, un simple beso, era la mejor medicina.
Se le había quedado tan grabado en la cabeza el poder de un beso que era su mejor arma cuando alguno de sus peluches sufría cualquier percance. Les daba todo su amor a través de su pequeña boca de piñón, igual que hacía su madre con ella.
Lo que Noelia no le había explicado a Lidia era que, detrás del amor de sus besos, había toda una explicación científica: que los besos mitigan el dolor y refuerzan nuestro sistema inmunitario. Además, liberan dopaminas, que los especialistas relacionan con los sentimientos de cariño y ternura.
Y para dar el mejor beso del mundo, nada mejor que tener una boca sana y cuidada. Eso sí que se lo había explicado Noelia a Lidia. Y por eso, cada mañana, cada mediodía y cada noche, las dos se colocaban frente al espejo, cogían sus cepillos de dientes y se empeñaban en dejar sus bocas inmaculadas.
Muchos besos se daban a lo largo del día, pero, seguramente, el mejor de todos era el que Lidia recibía con los ojitos cerrados, el edredón desde los pies hasta la barbilla y acompañado de un “Buenas noches, preciosa” que salía de la dulce boca de su madre.