¿Se nace o se hace?
Cuando el pequeño Miguel comenzó a soplar el viejo clarinete de su abuelo, todos se quedaron asombrados. Tenía tan solo 3 años de edad cuando agarró aquél viejo instrumento por primera vez, pero parecía que llevaba en su interior a un auténtico maestro de la música. Como si una extensa carrera musical labrada durante años lo sustentara, sus movimientos eran acompasados y desprendía la pasión propia de los grandes genios cada vez que sus mofletes se llenaban de aire y este comenzaba a salir de su boca en dirección a la boquilla.
Después de perfeccionar su técnica durante años, llegó a la cima, interpretó a todos los grandes compositores, desde Mozart a Claude Debussy, pasando por Ígor Stravinski o Luciano Berio.
Esta historia podría ser la de uno de esos casos en los que un niño de corta edad tiene un dominio propio de un adulto en un determinado campo científico o artístico. Es lo que llamamos un niño prodigio.
Pero ¿es posible que una persona que no posee estas cualidades innatas pueda convertirse en un auténtico genio y referente a nivel mundial en una determinada especialidad?
En el caso de la música, uno de los más estudiados a lo largo de la historia, existe una cierta tendencia a afirmar que es una condición natural, pero el neurocientífico Gary Marcus, de la Universidad de Nueva York, realizó una investigación para conocer si esta habilidad podría ser adquirida a base de aprendizaje.
Para ello encontró al mejor conejillo de indias, él mismo. Un apasionado de la música, pero con grandes dificultades para interpretarla.
Comenzó a tomar clases de iniciación con los métodos más conocidos y mejor desarrollados, completándolos con descubrimientos científicos que muestran cómo algunas habilidades son adquiridas en la edad adulta.
Así Marcus llegó a la conclusión de que para aprender una nueva habilidad hay que tener en cuenta 2 premisas: la práctica cotidiana y la dosificación correcta de los niveles de dificultad para comenzar el aprendizaje (como en los videojuegos, si el individuo encuentra algo sumamente difícil, abandona el reto).
Esto quiere decir que quizá nuestra boca no esté preparada para convertirnos en el nuevo Karl Leister, pero con esfuerzo y dedicación, nuestras capacidades pueden superar límites que parecen inalcanzables.